La Maldición de Jacques de Molay, el último
Gran Maestre de los Templarios
«¡Pagarás por la sangre de los inocentes, Felipe, rey blasfemo! ¡Y tú, Clemente, traidor a tu Iglesia! ¡Dios vengará nuestra muerte, y ambos estaréis muertos antes de un año!»
¡El día que murió en la hoguera Jacques de Molay, último gran Maestre Templario!
Jacques Bernard de Molay, vigésimo tercer Gran Maestre de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y el Templo de Salomón, conocidos como templarios. Has sido juzgado y hallado culpable por tu propia confesión de los delitos de herejía, idolatría, sodomía y blasfemia contra la Santa Cruz. Por ello has sido condenado a morir en la hoguera. Tras siete años de prisión y Torturas, el anciano ha quedado reducido a una sombra de lo que fue.
Mis hermanos en Cristo ya no existen -replicó el anciano, meneando la cabeza-. Pero la Orden vivirá para siempre. (113 caballeros templarios habían sido ya asesinados en la hoguera por los hombres de Felipe. Aquel era el último que quedaba en Francia).
-Es voluntad del rey y de Su Santidad que la Orden sea erradicada, y su nombre sea maldito y caiga en el olvido.
-No le será tan fácil -repuso Molay, tirando torpemente de la túnica deshilachada y mugrienta que era toda su vestidura. La mano huesuda descubrió un hombro escuálido. Allí, cerca del corazón, el anciano había lacerado su carne, dibujando una cruz, la misma que había guiado su espíritu durante los 71 años de su existencia. Había usado el mango de una cuchara hacerlo, afilándolo contra una piedra suelta en la pared de su celda.
El preboste ahogó un quejido de repugnancia al ver aquello. Los bordes irregulares de la herida se habían infectado y estaban llenos de gusanos.
-Felipe y Clemente me matarán, pero no me impedirán morir con la cruz en el lugar donde siempre ha estado -añadió el anciano.
-Sea pues. Morid con la cruz, y que la orden muera con vos -dijo el preboste, haciendo un gesto al verdugo.
El encapuchado arrastró a Molay hasta el poste, alrededor del cual se habían dispuesto haces de madera seca por todas partes excepto donde debían ir los pies del prisionero. Al verlo, el templario pidió al preboste que se acercase.
-Me gustaría morir mirando a Notre Dame.
El preboste dio unas cuantas órdenes, y los guardias cambiaron de sentido los haces de leña a regañadientes. Ataron al anciano al poste, y finalmente colocaron algo más de combustible sobre las canillas blanquecinas y llenas de costrones del viejo guerrero.
El verdugo se acercó entonces al lugar donde apilaba sus enseres, y cogió un cubo donde guardaba paja húmeda. Iba a acercarse a la pira con él, pero el preboste le detuvo.
-Dejad eso.
Incluso a través de la capucha de cuero se percibió el desagrado del verdugo. No era un hombre que disfrutase haciendo daño a otros. Había perfeccionado su trabajo para matar con el mínimo dolor posible, y eso incluía la paja húmeda cuando alguien era condenado a la hoguera. El fuego arrancaba gran cantidad de humo de la paja, provocando que el reo se ahogase mucho antes de que el fuego le abrasase la carne.
-Sólo es un viejo inútil -dijo.
-El rey ha dicho que no -zanjó el preboste.
¿Qué terribles delitos había cometido aquel anciano para que la condena fuese tan dura? Ninguno, si hemos de juzgar su proclamación pública de inocencia, lejos de las lancetas y las cuerdas de los torturadores. Pero no eran sus crímenes los que habían enfurecido al Papa Clemente y al Rey Felipe el Hermoso. Era la existencia de los templarios la que significaba una amenaza para los poderes de París y de Avignon, donde estaba entonces la sede de Pedro.
«Dieu vengera notre mort!», musita el anciano varias veces, como ensayando para sí mismo, antes de tomar aire y repetirlo a gritos. Y su garganta reseca encuentra fuerzas para proclamar su inocencia. La voz cascada se aclara por última vez, y el viejo semidesnudo vuelve a ser un príncipe de la cristiandad. Un gigante poderoso cuya maldición vuela por encima de las cabezas de la gente, espanta a las palomas que anidan entre las gárgolas de Notre Dame, y se alza hacia el cielo para convertir el epitafio en presagio.
LA MALDICION
«¡Pagarás por la sangre de los inocentes, Felipe, rey blasfemo! ¡Y tú, Clemente, traidor a tu Iglesia! ¡Dios vengará nuestra muerte, y ambos estaréis muertos antes de un año!»
El un salto en el tiempo nos lleva al 21 de enero de 1793, es decir casi cinco siglos después del supuesto fin de los Templarios. Ese día mientras la guillotina de la Revolución francesa caía sobre el cuello del último Borbón francés, Luis XVI. Un grito surgió en medio de la gente; “Jacques de Molay, ahora sí ya has sido vengado”. El espíritu de la Orden del Temple seguía allí, e incluso posiblemente encabezando revoluciones o luchando por los derechos humanos.
El "Pergamino de Chinon" Absuelve al Gran Maestre JACQUES DE MOLAY
Jacques de Molay nació el año 1243. Fue el 23 y el último Gran Maestre de la orden de los Caballeros Templarios. Gobernó la Orden desde el 20 de abril de 1292 y fue su gran reformador.
El rey de Francia, Felipe IV, decidió pedir prestado dinero a la Orden, creyendo que podía hacerlo sin límites. Los templarios eran buenos en la administración del dinero, pero cuando lo prestaban a alguien, esperaban recibir el reembolso más una módica cantidad de interés.
Siguiendo las órdenes de Felipe IV, las torturas sobre los templarios se hicieron de la manera más aterradora conocida. Uno por uno, los hombres fueron torturados por la Inquisición Medieval, y dieron falsas confesiones para detener su sufrimiento. Sin embargo, el valiente Gran Maestre se retractó de su confesión y el rey decidió encarcelarlo.
Una maldición para toda Europa
Eliphas Levi fue el creador del símbolo moderno hermético y kabbalístico del «Baphomet», basado en sus estudios de la Orden Salomónica de Los Templarios. Su verdadero nombre es Alphonse Louis Constant, hijo de padres fervientemente católicos, nació el 8 de febrero de 1810 en Paris, Francia. Antes de convertirse en uno de los más famosos Kabbalistas de la línea de la Alta Magia y el Ocultismo, realizó sus primeros estudios, ingresando en 1825 al seminario de Saint Nicolas du Chardonnet; allí fue dirigido por el abad Frère-Colonna, quien lo orientó hacia el estudio de la magia. En 1830, habiendo terminado sus estudios de retórica, pasó según la norma al seminario de Issy para acabar dos años de filosofía y finalmente, tras la muerte de su padre ingresa en el seminario de Saint-Sulpice para estudiar teología, en donde es ordenado subdiácono y tonsurado (primero de los grados clericales, el cual se confería por mano del obispo como disposición y preparación para recibir el sacramento del orden y cuya ceremonia se ejecutaba cortando una parte del cabello).
Tras una serie de acontecimientos dolorosos, la pérdida de su amada y su madre, así como la renuncia al sacerdocio; Eliphas Levi fue reconocido ampliamente como escritor e iniciado como Maestro Kabbalista, Rosacruz y Masón de alto rango.
Eliphas Levi consideró al Baphomet como una representación del Absoluto en forma simbólica. Según la historia Levi basó la ilustración de su Baphomet en una gárgola que se hallaba en el edificio parisino de Saint Bris le Vineux, que era propiedad de los Caballeros Templarios…
«La Gárgola tiene la forma de una figura barbada y cornuda con senos femeninos colgantes, alas y pies en forma de pezuñas. Está sentado con las piernas cruzadas…»
Eliphas Levi y su interpretación del Bafomet
«El macho cabrío lleva sobre la frente el signo del pentagrama, con la punta para arriba, lo que basta para considerarla como símbolo de luz; hace con ambas manos el signo del ocultismo y muestra en alto la luna blanca de Jesed y en bajo la luna negra de Geburah. Este signo representa el perfecto acuerdo de la misericordia con la justicia. Uno de sus brazos es femenino y el otro masculino, como en el andrógino de Khunrath, atributos que hemos debido reunir con los de nuestro macho cabrío, puesto que es un solo y mismo símbolo. La antorcha de la inteligencia, que resplandece entre sus cuernos, es la luz mágica del equilibrio universal; es también la figura del alma por encima de la materia, aunque teniendo la cabeza misma, como la antorcha tiene la llama. La repugnante cabeza el animal representa el horror al pecado, cuyo agente natural, único responsable, es el que debe llevar por siempre la pena; porque el alma es impasible en su naturaleza, y no llega a sufrir más que cuando se materializa. El caduceo que tiene en vez de órgano generador representa la vida eterna; el vientre, cubierto de escamas, es el agua; el círculo, que está encima, es la atmósfera, las plumas, que vienen de seguida, son el emblema de lo volátil; luego la humanidad está representada por los dos senos y los brazos andróginos de esa esfinge de las ciencias ocultas«.