lunes, 1 de octubre de 2018

El Monasterio SANTUARIO de Monte Toro en MENORCA y el EXPOLIO LIBERAL.






EL CONVENTO SANTUARIO DE 
NTRA. SRA. DE MONTE TORO en MENORCA




Guillermo PONS PONS

La desamortización: El expolio del patrimonio artístico y cultural de la Iglesia en España 
(2007 By Estudios Superiores del Escorial San Lorenzo del Escorial (Madrid)



En el centro geográfico de la isla de Menorca existe un pequeño monte, de 357 m. sobre el nivel del mar, en el cual se instaló un santuario mariano a finales del siglo XIII. Al principio estuvo a cargo de la orden de la Merced, pero muy pronto estos religiosos hubieron de dejar la isla y el santuario fue atendido por el clero secular, pero el 13 de febrero de 1595 se inició la presencia de una comunidad de frailes agustinos, mediante un breve del papa Clemente VIII y previa renuncia del último capellán Miguel Gil. Los promotores de esta entrega fueron especialmente los jurados, o sea, la institución encargada del gobierno de la isla. Los agustinos se comprometieron a que la comunidad constara al menos doce religiosos, número que muy pronto fue rebasado, de modo que casi siempre hubo más de veinte frailes. También ofrecieron que mantendrían una hospedería para los peregrinos y escuelas para los jóvenes. Está última decisión no pudo llevarse a la práctica, porque resultaba más favorable concentrar los estudios en el convento del Socorro. En el siglo XVIII, sin embargo, hubo en Monte Toro algunos frailes que enseñaron filosofía y teología. La imagen de la Virgen es una escultura de la época del arte gótico, aunque un tanto modificada. El P. Jordán la describe así:


“Tiene la santa imagen tres palmos de alto, es algo morena, pero muy hermosa, su rostro alegre y risueño, y su manto es de color azul; en la mano izquierda tiene a su niño Jesús, y la derecha tiene arrimada al pecho, como quien la da a besar; es muy milagrosa, y especialmente con los navegantes, que la imploran en sus peligros y tormentas, y socorridos la ofrecen muchos votos y preseas que adornan el altar y su capilla”






3.1. Las fincas rústicas de Monte Toro.

El conjunto de predios que poseía el santuario de Monte Toro era de mayor extensión que las propiedades del convento del Socorro, aunque en general se trataba de fincas algo menos productivas por englobar muchas parcelas de monte bajo y terrenos con pendientes y desniveles. La mayor parte de estas propiedades ya las poseía el santuario antes de que los agustinos se hicieran cargo de él, y bastantes de ellas estaban situadas en las proximidades de la montaña. Algunas se remodelaron y recibieron nombres de santos de la Orden. Los predios pertenecientes a Monte Toro al producirse la desamortización eran los siguientes: Terra Rotja y Santa Rita, ambos en el término de Ferreries; Rafal, Peu del Toro, Barbatxí, Sant Nicolau y Lanzell, todos estos del término de Mercadal. Se contaba también con cuatro fincas pequeñas o estancias, una de ellas situada casi en la cumbre del monte en terreno muy pedregoso, y además se poseía un huerto y dos cercados. El conjunto del ganado en estas fincas era de 155 cabezas de bovino, 518 de lanar, 100 de cerda, 23 de asnal y 35 de mular 9 . 

3.2. Perspectivas inciertas y problemáticas en el siglo XIX.

La situación convulsa y los enfrentamientos ideológicos que caracterizaron el desarrollo de la vida española en la época no dejaban de inquietar a los frailes y personas interesadas en la vida del santuario de Monte Toro. A pesar de todo, el convento se mantenía floreciente a juzgar por el número de profesiones de jóvenes religiosos. En 1803 profesaron siete, y ocho en los años siguientes hasta 1819. Casi todos los nuevos profesos provenían de Mahón y Alaior. 

Entre 1811 y 1816 hubo algunas tentativas de parte del ayuntamiento de Mahón a fin de que la comunidad de Monte Toro, al menos en parte, pasara a instalarse en esa capital donde podría abrir una escuela pública, de acuerdo, según se decía, con las recomendaciones de Fernando VII que trataban de que los frailes se dedicaran a la enseñanza. Estos proyectos, sin embargo, no llegaron a realizarse. Las condiciones ofrecidas no eran, en efecto, muy favorables, pues se exigía que corrieran a cargo del convento la edificación del colegio, así como la labor y los gastos de la enseñanza.


Poco después, durante el trienio liberal (1820-1823), llegaron para los religiosos de toda España mayores complicaciones y severas medidas represivas. En octubre de 1820 las Cortes aprobaron un decreto de reducción de conventos que no tuvieran un determinado número de profesos. Uno de los así suprimidos en Menorca fue el de Monte Toro, aunque la medida no se llevó acabo hasta 1823. En efecto, el 2 de abril de ese año el Vicario General dirigía una comunicación de oficio al Prior del Socorro diciéndole:

“Quedando suprimido el Convento de Agustinos calzados del Toro, término de Mercadal, por Rl orden de 14 de Febrero último, y debiendo sus religiosos incorporarse interinamente a esa Comunidad por disposición del Señor Gefe Superior Público de estas Baleares, le prevengo a V. a fin de que se sirva recibir dichos religiosos benigna y caritativamente, alojándolos del modo mejor que pueda”. 

Esta incorporación debió durar poco tiempo, puesto que en octubre del mismo año cesó el régimen liberal y los frailes pudieron regresar a sus conventos. Este retorno al antiguo régimen, que implicaba la restauración de la vida conventual, fue celebrado en Menorca con tres días de festejos públicos, pero no iba a prolongarse mucho ese tiempo de relativa bonanza.







3.3. La exclaustración de 1835.

Las noticias acerca de matanzas de frailes y quema de conventos que ocurrieron en la península, así como algunos amagos de disturbios habidos en torno al convento del Carmen de Mahón causaron bastante inquietud entre los moradores del santuario de Monte Toro. A través de las memorias escritas por un sacerdote aragonés, desterrado en Menorca por motivo de sus convicciones Carlistas, tenemos algunas noticias acerca de lo que ocurrió en Monte Toro en los días en que se llevó a cabo la exclaustración. 

El 12 de julio el narrador y otro sacerdote también desterrado fueron conducidos por un celador de policía a Monte Toro, donde debían quedar confinados. Habían salido a las tres de la madrugada y llegaron poco antes de la misa mayor. El relato se expresa así:


“Llegado que fuimos al convento, el zelador preguntó por el Prior, y he aquí asustada toda la comunidad. Sale el Prelado R. P. Antonio Juber [Jover] toma el oficio del zelador, y así como iba leyendo le iba volviendo poco a poco el color que había perdido, y luego dijo: Pensaba que venían a hacerme preso. Yo había tomado a V. por sachos -alguaciles-. Dio recibo al celador y se despidió de nosotros. Quedamos en la celda prioral, sin poder hablar palabra, porque no entendíamos lo que el tal Prior nos preguntava, ni él nos entendía. Al poco rato tocaron a misa, y yo que no había oído y era Domingo le pedí licencia para ir, sin contestarme palabra por la dificultad que tenía de pronunciar el castellano, me hizo señal con la mano que esperase. Aseguro que me afligí, y que se apoderó de mí una tristeza grande. Al toque de misa mayor nos dijo: Vamos, y nos acompañó al coro: Nos distinguió poniéndonos en la gradería superior, y allí oímos misa”.


A continuación narra como les ofrecieron una buena comida en la celda del Prior, donde luego fueron a saludarles y tomar una copa todos los frailes. Entre otras anécdotas y acontecimientos hace referencia a los temores que experimentaban los frailes durante el mes de agosto:

“Día 6. Corrió la voz por el convento de que los Urbanos [guardia urbana de tendencia liberal] de Mercadal, que es un pueblo que está al pie del monte cosa de tres cuartos de distancia, havían recivido 106 fusiles, y que esto era con el objeto de subir al Convento a matar a los frailes como se havía hecho en Barcelona. Pasamos la noche en vela y nada hubo».«Día 10. En este día a causa de la novedad ocurrida en Mahón contra los carmelitas, se alborotó la comunidad; nadie durmió, esperando un transtorno y casi todos los frailes salieron a dormir por las cuevas del monte”.

Por lo que se refiere a la exclaustración, el cura Carlista simplemente dice: 

«El 21 se presentaron los comisionados del Gobierno, intimando la extinción del convento» y añade que al día siguiente subió el párroco de Mercadal y se ofreció a atender a los confinados que desde entonces residieron en el pueblo, bajo la responsabilidad del alcalde.

En los días sucesivos se llevó a cabo el hacer inventarios y hacer entrega del convento y sus propiedades a los representantes del Gobierno. Ocurrió entonces que se produjo una gran tempestad que ocasionó muchos daños en Monte Toro y que también derribó el campanario del convento de San Francisco de Ciutadella. El referido sacerdote aragonés lo refiere así:

“El 25, a la una de la noche, se movió un extraordinario viento con mucho fuego que se manifestó por los relámpagos, y aunque tronó poco, cayó tanta agua al tiempo mismo del viento, y atemorizó a toda la gente. Creo que no quedó nadie sin levantarse a pedir a Dios misericordia. Calmó por entonces pero repitió a la madrugada y luego se contaron muchos estragos. [...] En el convento del Toro cayeron muchas celdas, las casas de los vigías, los palos de señales, y sobre todo en el bosque muchas encinas arrancadas de raíz y algunas mucho pedazo lejos: Parecía el fin de aquella isla”.

No es extraño que hubiera quienes interpretaran los fenómenos tempestuosos como una señal del Cielo en relación con la forzada extinción de la vida conventual en Menorca. El canónigo historiador Pedro Moll refiere otra singular anécdota respecto de aquella noche de tormenta:

“Según los datos que me suministró un Rdo. Sacerdote, la tempestad tuvo lugar un día antes de abandonar los religiosos el convento, y cuentan que el comisionado del Gobierno, que al día siguiente debía intimarles la orden de abandonar el convento, estaba allí, durmiendo en una celda separada de los demás, y a eso de la una de la madrugada, en lo más recio de la tempestad estaba gritando y golpeando la puerta, pero no podían abrirle a causa de la gran violencia del huracán”.

La venta de las fincas que fueron propiedad de Monte Toro siguió el mismo proceso que la realizada con las del convento del Socorro. El Barón de las Arenas, Juan Olivar, vecino de Mahón adquirió el edificio del convento de Monte Toro, en un estado bastante ruinoso, por el precio de 31.000 reales. Alguien dijo que lo había hecho con el fin de evitar que fuera demolido. Efectivamente, los nuevos propietarios favorecieron la posterior restauración de la iglesia y finalmente en 1908 vendieron el edificio, con sus huertas y cercados, al Obispado de Menorca.





3.4. Dispersión de los exclaustrados de Monte Toro 

Los exclaustrados agustinos del convento del Socorro pudieron, al menos por algún tiempo, seguir vinculados a su iglesia conventual; para los de Monte Toro, en cambio, ello no resultó posible dada la situación del santuario en la cumbre solitaria de la montaña. Ellos, en consecuencia, hubieron de afiliarse a diversas iglesias parroquiales, especialmente aquellas de los pueblos de donde procedían o donde tenían sus familiares. Así resulta que bastantes de ellos residieron en Mahón y Alaior. El P. José Enrich fue quizá el único que siguió unido al santuario como capellán custodio (custos) de la iglesia. El santuario, sin embargo, por los destrozos que había causado el temporal de agosto de 1835 y por el abandono en que quedaron sus instalaciones se fue degradando en gran manera y la iglesia incluso llegó a amenazar ruina. Una muestra del estado de abandono en que se hallaba lo pone de relieve una nota escrita por un erudito mahonés de historia local, que dice:

“1842. 18 de mayo. Los tres batallones del Regimiento de Córdoba número diez, de guarnición en Menorca, subieron la montaña practicando en ella ejercicios de fuego. El acto terminó con un banquete, sirviendo de mesa las puertas de las celdas arrancadas ex profeso y de combustible las vigas de la parte ruinosa del convento”.

Los menorquines seguían subiendo a la montaña a fin de venerar a la Virgen, pero en vistas de la situación en que se hallaba la iglesia y del peligro que podían correr quienes la visitaban, el Jefe Político de Baleares, dispuso que la imagen de Ntra. Sra. fuera trasladada a la iglesia de Mercadal, lo cual se realizó el 23 de mayo de 1842. El P. Enrich y el párroco de dicha iglesia parece que hablaron en contra de la disposición tomada por la autoridad y a consecuencia de ello fueron procesados, pero el 1º de mayo de 1843 la Audiencia de Mallorca les declaraba absueltos.

Hechas en la estructura de la iglesia las reparaciones más urgentes y habiéndose comprometido el Barón de las Arenas a que facilitaría el acceso a cuantas personas fueran a venerar la sagrada imagen, ésta fue solemnemente devuelta a su santuario el 18 de mayo de 1845. A este feliz acontecimiento acudió una multitud de fieles que ansiaban fervientemente esa restauración. Se hallaron presentes en esa ocasión muchos sacerdotes, destacando la presencia de varios agustinos exclaustrados que habían formado parte de la comunidad del santuario, a los cuales convocó de un modo especial el Barón de las Arenas invitándoles a la comida ofrecida por él a las personas más distinguidas. Fue, sin duda, aquel un día de gozo, aunque también de cierta nostalgia para los religiosos, al estar como invitados en su antigua morada conventual que tantos recuerdos traería a sus mentes. Sabemos que los agustinos exclaustrados, que se hallaron presentes ese día, fueron al menos los siguientes: el prior Antonio Jover, que celebró la misa cantada (otra muy solemne había sido celebrada en Mercadal antes de iniciar la procesión del retorno de la imagen), el P. Juan Fabregues que predicó por espacio de una hora, los padres Ambrosio, José Enrich, Posidio Triay y Jaime Hernández. En un inventario de 178817 consta que en el coro de Monte Toro, cuya sillería era de nogal, había diversos cuadros, en los que se veían representados: La oración de Cristo en el Huerto de los Olivos, San Agustín, San Nicolás de Tolentino, Santo Tomás de Aquino, Ntra. Sra. de la Soledad, Santa Rita, Santo Tomás de Villanueva, la Inmaculada Concepción y otros dos de la Virgen María. No conocemos el paradero de ninguna de estas pinturas. Con la desamortización y con la devastación de 1936, excepto la imagen de la Virgen providencialmente salvada, se dispersaron o se destruyeron prácticamente todas las obras de arte y ornamentos sagrados que los religiosos agustinos habían ido reuniendo durante los 240 años en que fueron custodios del santuario de Ntra. Sra. de Monte Toro.














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