LA AVIACION Y LA ARTILLERIA "ROJA" CONTRA LA POBLACIÓN CIVIL DE OVIEDO
La Matanza de Civiles del Chorin en Oviedo (10 de septiembre del 1936)
La casa del Chorín fue el escenario, durante la Guerra Civil, de uno de los episodios más desgraciados de la ciudad. Entonces los sótanos del número 2 de la calle Caveda servían de refugio a cientos de personas que se refugiaban de las bombas que caían sobre Oviedo. El 10 de septiembre de 1936, hizo ahora 74 años, un artefacto se coló por el patio trasero de la vivienda y unos 120 refugiados perdieron la vida.
Entre ellos se encontraban varios familiares de José Manuel García Peruyera. Su madre, María Luisa, sus hermanos gemelos, Miguel Ángel y Luis, sus abuelos Francisco y María y a sus tías Ángeles y Eloína estaban en los sótanos cuando la bomba explotó. Entonces Peruyera tenía 8 años y su madre le había encargado un recado. Mientras buscaba la farmacia más próxima para conseguir unas papillas, vio acercarse a un avión de la República y se escondió en un garaje. Acto seguido escuchó el estruendo de la explosión. Dentro había más de 150 personas, de las que la inmensa mayoría fallecieron.
«Fue un día horrible», recuerda el presidente de la Hermandad de Defensores de Oviedo, Fermín Alonso Sádaba. «Una desgracia provocada por la mala suerte de las bombas que entonces no caían perpendicularmente». Sádaba, que entonces estaba en el cuartel de Santa Clara, acudió al lugar tras la explosión. «No pudimos hacer nada, los cadáveres estaban destrozados y los sacaban a paladas».
Algunos apuntan que el objetivo del bombardeo era el cuartel de Santa Clara. «Puede, pero las bombas caían en todo Oviedo», asegura Sádaba. El error provocó que la bomba cayera en los patios traseros de la casa y entrara en el sótano. En aquellos años, la vivienda estaba en perfecto estado, nueva y sólida, lo que la convertía en un lugar propicio para ser refugio. El subsuelo estaba conectado y permitía que se accediera a los sótanos a través de la casa contigua, número 1 de la calle Caveda, la que muchos creen que es la casa del Chorín.
En 2006, José Manuel García Peruyera, junto a otros seis ciudadanos que también quedaron huérfanos durante la Guerra Civil, acudieron a colocar una corona de flores con una cinta que decía «¿Dónde reposan nuestros familiares?» con motivo del setenta aniversario del suceso. A los días siguientes, la corona había desaparecido, algo que Peruyera lamentaba. «Nosotros no nos metemos con nadie, un día llegó un hombre que pasaba en coche y se la llevó».
Entonces, la obsesión de Peruyera era saber dónde se hallaban los restos de los cadáveres. «Puede que estén en la zona de la iglesia de Santullano, debajo de la autopista, porque un cura me dijo que allí estaban enterrados algunos y se supone que los llevaron al viejo cementerio que estaba en el Prau Picón», explicaba durante aquellos días en los que rendía su particular homenaje a las víctimas de la casa del Chorín.
Ahora a Peruyera todavía le resuena el sonido de las sirenas de la Fábrica del Gas, de la Amistad, de la Fábrica de Armas y las campanas de la Catedral, de la iglesia de San Juan, San Isidro y otras, que avisaban de la proximidad de la aviación. Y se acordaba de los cadáveres de sus hermanos gemelos de 4 años, «con los ojos abiertos». Peruyera, con 82 años, «no quiere dañar los sentimientos de los demás», pero «fue la realidad de lo allí ocurrido». «No podemos demostrar que perdimos a nuestros padres durante la guerra porque nunca hubo papeles, o se perdieron, y por eso ahora no tenemos derecho a ayudas», relata Peruyera. Además, lamenta que nadie recuerde aquel episodio y «quiere que nunca se olviden a aquellos niños, hoy abuelos y bisabuelos, que sufrieron en sus propias carnes el dolor de una guerra».
Hace cinco años, le entregó una carta al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en Rodiezmo. En ella solicitaba ayuda para los que, como él, vivieron parte de su infancia entre las bombas de Oviedo y quedaron huérfanos.
El bombardeo del Hospital de Oviedo del 23 de febrero de 1937
Fermín Alonso Sádaba (Oviedo)
Cuando al tercer día de la impetuosa ofensiva desencadenada sobre Oviedo por los rojos, fueron convenciéndose de que, pese al alud de material de guerra y humano lanzado sobre la capital del Principado de Asturias, ésta, haciéndoles frente con su ya lengendario denuedo, no se rendía, no cedía, y una vez más rechazaba su empeño, terminaron su fracasada intentona, como de costumbre, renunciaron a insistir en el ataque a las líneas defensivas, ya que éstas no se dejaban tomar, se dedicaron a bombardear a la gente pacífica e inerme. Merecido castigo a población tan insensible a la doma.
Pero esta vez la raia era excepcional, y excepcional fue también el desquite tomado. Les parecía pco, sin duda, el acostumbrado cañoneo sobre la población civil y sus viviendas y la considerable cantidad de munición gruesa que habían de invertir en ello, y decidieron dedicarla a ser lanzada con toda precisión, con todo incono, contra el Hospital Provincial de Oviedo, harto ocupado a la sazón de heridos y enfermos, civiles y militares.
La orden de "Ladreda", jefe de la 8.ª Brigada en el sector de La Manjoya, fue tajante: "el enemigo reconcentrado en el Hospital; hagan fuego de artillería".
Y efectivamente, sin miramiento alguno para aquellos que estaban enfermos o heridos, militares o civiles, y no podían valerse por sí mismo, el Hospital Provincial de Oviedo, fue bombardeado.
Las explosicones retumbaban hundiendo techos, rompiendo paredes, deshaciendo ventanas y cristales, llenando todo el humo, polvo y escombros.
Los médicos, monjas y enfermeros se afanaban a prestar auxilio a los hospitalizados. Saltaban los heridos o enfermos de sus camas en desesperada busca de salvación.
En una sala, repleta de heridos y enfermos, hasa por los suelos, explotó una granada matando a la mayoría de los que la ocupaban, los que quedaron con vida fueron trasladados a otras salas mas bajas.
En un quirófano explotó una granada matando a todos los ocupantes. Otra cayó en el laboratorio de farmacia iniciándose un incendio.
La artillería roja bombardeó a más y mejor el Hospital, tirando sobre el Hospital a tiro directo, y haciendo sobre él, como era de esperar, megníficos blancos.
Los grandes y bien visibles signos indicadores dle humanitario y exclusivo destino del edificio, contribuían, no poco, a afinar la puntería de los artilleros rojos.
Las granadas llovían sobre el Hospital, sobre todo el edificio, sobre las puertas y las vías de acceso. Herido hospitalizado hubo al que, acabado de serle quirúrgicamente amputada una pierna, un cañonazo le seccionó la otra.
Los cadáveres se apilaban por toda las partes.
El "Pater" impartía la absolución por toda las salas.
Hubo que disponer una evacuación del Hospital sin demora. A poco que se tardase, la evacuación sería de muertos, no de heridos o enfermos.
Cuando la evacuación del Hospital, aún en tales dantescas condiciones, se llevaba a cabo, cuando la gran masa de hospitalizados, los que no quedaron allí víctimas, habían sido trasladados a las ambulancias y éstas marchaban en busca de locales menos conocidos que el Hospital cañoneado, la artillería roja, con visión de los lugares y de los movimientos que constituían el objetivo de su predileción, apartó la vista del Hospital y se dedicó a cañonear concienzudamente e implacablemente, la ruta de retirada de las amblancias...
Y a los hospitales improvisados en las iglesias de las Salesas y San Isidoro y el Círculo Mercantil de la calle del Marqués de Santa Cruz, llegaron los qeu pudieron.
Aquellos otros heridos o enfermos imposibilitados para andar, se arrastraban pidiendo ayuda para que los hicieran llegar al "Parque de San Francisco", donde, al amparo de los árboles, se creían a salvo de salvaje bombardeo.
A mi me tocó estar en el Hospital bombardeado. Llegó al Cuartel de Falange un telegrama "urgente" para el jefe de Falange de Oviedo, que me entregaron, como jefe de la Falange de Enlaces, para que lo hiciese llegar al Jefe provincial. Como estaba bombardeado el Hospital por donde había que pasar para llegar al parapeto que, como voluntario, estaba el Jefe provincial, pensé, y creí, que debería de ser yo quien se lo llevase, y así lo hice.
Al regresar al cuartel, después de haber sido entregado el telegrama, al pasar otra vez por el Hospital bombardeado, oí una voz que me decía: "Chavalín", "chavalín", ayúdame. Miré por todas partes y no vi a persona alguna, pero las veces seguían.
Volví a mirar hasta que, en un momento, vi una mano que me indicaa donde estaba quién me llamaba. Corrí a su encuentro y vi a una persona anciana que me pedía que la ayudase para poder llegar al Campo de San Francisco, que estaba muy cerca de Hospital, donde pensaba que estaría más resguardada dle bombardeo. Y así lo hice. Cogida de mi brazo, y casi a rastras, llegamos al Campo de San Francisco, dejándola bajo los árboles, donde ya había más enfermos o heridos.
Al regresar al Cuartel pensé que otros enfermos o heridos podían necesitar mi ayuda, y volví al Hospital. Los médicos, monjas y enfermeros, hacían improbos movimientos para alejar de aquel infierno a todos los que más pudieran. Me puse a ayudarlos como pude y, horas más arde, se pudieron sacar del Hospital bombardeado, a todos los heridos o enfermos, civiles o militares, que quedaban.
Por desgracia casi un centenar de heridos y enfermos se quedó allí para siempre, víctimas de aquel terrible bombardeo.
Ensangretadas mis manos y mi ropa, llegué a mi casa. Al entrar y verme así me madre, se asustó y me preguntó si estaba herido. Le dije que no, y le conté lo que había sucedido. Me oyó muy atentamente y cuando terminé de contárselo, se acercó a mi y me dio un beso, que aún llevo gravado en mi corazón.
Cuando al tercer día de la impetuosa ofensiva desencadenada sobre Oviedo por los rojos, fueron convenciéndose de que, pese al alud de material de guerra y humano lanzado sobre la capital del Principado de Asturias, ésta, haciéndoles frente con su ya lengendario denuedo, no se rendía, no cedía, y una vez más rechazaba su empeño, terminaron su fracasada intentona, como de costumbre, renunciaron a insistir en el ataque a las líneas defensivas, ya que éstas no se dejaban tomar, se dedicaron a bombardear a la gente pacífica e inerme. Merecido castigo a población tan insensible a la doma.
Pero esta vez la raia era excepcional, y excepcional fue también el desquite tomado. Les parecía pco, sin duda, el acostumbrado cañoneo sobre la población civil y sus viviendas y la considerable cantidad de munición gruesa que habían de invertir en ello, y decidieron dedicarla a ser lanzada con toda precisión, con todo incono, contra el Hospital Provincial de Oviedo, harto ocupado a la sazón de heridos y enfermos, civiles y militares.
La orden de "Ladreda", jefe de la 8.ª Brigada en el sector de La Manjoya, fue tajante: "el enemigo reconcentrado en el Hospital; hagan fuego de artillería".
Y efectivamente, sin miramiento alguno para aquellos que estaban enfermos o heridos, militares o civiles, y no podían valerse por sí mismo, el Hospital Provincial de Oviedo, fue bombardeado.
Las explosicones retumbaban hundiendo techos, rompiendo paredes, deshaciendo ventanas y cristales, llenando todo el humo, polvo y escombros.
Los médicos, monjas y enfermeros se afanaban a prestar auxilio a los hospitalizados. Saltaban los heridos o enfermos de sus camas en desesperada busca de salvación.
En una sala, repleta de heridos y enfermos, hasa por los suelos, explotó una granada matando a la mayoría de los que la ocupaban, los que quedaron con vida fueron trasladados a otras salas mas bajas.
En un quirófano explotó una granada matando a todos los ocupantes. Otra cayó en el laboratorio de farmacia iniciándose un incendio.
La artillería roja bombardeó a más y mejor el Hospital, tirando sobre el Hospital a tiro directo, y haciendo sobre él, como era de esperar, megníficos blancos.
Los grandes y bien visibles signos indicadores dle humanitario y exclusivo destino del edificio, contribuían, no poco, a afinar la puntería de los artilleros rojos.
Las granadas llovían sobre el Hospital, sobre todo el edificio, sobre las puertas y las vías de acceso. Herido hospitalizado hubo al que, acabado de serle quirúrgicamente amputada una pierna, un cañonazo le seccionó la otra.
Los cadáveres se apilaban por toda las partes.
El "Pater" impartía la absolución por toda las salas.
Hubo que disponer una evacuación del Hospital sin demora. A poco que se tardase, la evacuación sería de muertos, no de heridos o enfermos.
Cuando la evacuación del Hospital, aún en tales dantescas condiciones, se llevaba a cabo, cuando la gran masa de hospitalizados, los que no quedaron allí víctimas, habían sido trasladados a las ambulancias y éstas marchaban en busca de locales menos conocidos que el Hospital cañoneado, la artillería roja, con visión de los lugares y de los movimientos que constituían el objetivo de su predileción, apartó la vista del Hospital y se dedicó a cañonear concienzudamente e implacablemente, la ruta de retirada de las amblancias...
Y a los hospitales improvisados en las iglesias de las Salesas y San Isidoro y el Círculo Mercantil de la calle del Marqués de Santa Cruz, llegaron los qeu pudieron.
Aquellos otros heridos o enfermos imposibilitados para andar, se arrastraban pidiendo ayuda para que los hicieran llegar al "Parque de San Francisco", donde, al amparo de los árboles, se creían a salvo de salvaje bombardeo.
A mi me tocó estar en el Hospital bombardeado. Llegó al Cuartel de Falange un telegrama "urgente" para el jefe de Falange de Oviedo, que me entregaron, como jefe de la Falange de Enlaces, para que lo hiciese llegar al Jefe provincial. Como estaba bombardeado el Hospital por donde había que pasar para llegar al parapeto que, como voluntario, estaba el Jefe provincial, pensé, y creí, que debería de ser yo quien se lo llevase, y así lo hice.
Al regresar al cuartel, después de haber sido entregado el telegrama, al pasar otra vez por el Hospital bombardeado, oí una voz que me decía: "Chavalín", "chavalín", ayúdame. Miré por todas partes y no vi a persona alguna, pero las veces seguían.
Volví a mirar hasta que, en un momento, vi una mano que me indicaa donde estaba quién me llamaba. Corrí a su encuentro y vi a una persona anciana que me pedía que la ayudase para poder llegar al Campo de San Francisco, que estaba muy cerca de Hospital, donde pensaba que estaría más resguardada dle bombardeo. Y así lo hice. Cogida de mi brazo, y casi a rastras, llegamos al Campo de San Francisco, dejándola bajo los árboles, donde ya había más enfermos o heridos.
Al regresar al Cuartel pensé que otros enfermos o heridos podían necesitar mi ayuda, y volví al Hospital. Los médicos, monjas y enfermeros, hacían improbos movimientos para alejar de aquel infierno a todos los que más pudieran. Me puse a ayudarlos como pude y, horas más arde, se pudieron sacar del Hospital bombardeado, a todos los heridos o enfermos, civiles o militares, que quedaban.
Por desgracia casi un centenar de heridos y enfermos se quedó allí para siempre, víctimas de aquel terrible bombardeo.
Ensangretadas mis manos y mi ropa, llegué a mi casa. Al entrar y verme así me madre, se asustó y me preguntó si estaba herido. Le dije que no, y le conté lo que había sucedido. Me oyó muy atentamente y cuando terminé de contárselo, se acercó a mi y me dio un beso, que aún llevo gravado en mi corazón.
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